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¿Qué dejó 2022 en Centroamérica?

Muchas de las medidas de prevención y mitigación de la pandemia se fueron cambiando, hasta alcanzar el comportamiento anterior a los estados de emergencia, es decir, cada persona es responsable de su seguridad sanitaria, a pesar de que el colectivo no esté obligado.


 

El 2022 será recordado como un año especial en la historia, derivado de una serie de acontecimientos que han impactado en las dinámicas económicas, sociales y políticas a nivel mundial. A dos años de tratar de superar la pandemia del COVID-19, 2022 aún trajo consigo los rezagos de una catástrofe mundial que siguió impactando en los países con nuevas olas de contagios y, lamentablemente, con incremento en las estadísticas de fallecidos por el virus.

La mayoría de los gobiernos de la región centroamericana se esforzaron por proveer los esquemas de vacunación a la mayor parte de sus poblaciones. No obstante, en países como Guatemala, menos de la mitad de la población ha logrado un esquema de vacunación completo, sólo 18.2% de la niñez de 0 a 11 años ha sido vacunada y 40.5% de los menores de 12 a 17 años han recibido su esquema de vacunación.

Muchas de las medidas de prevención y mitigación de la pandemia se fueron cambiando, hasta alcanzar el comportamiento anterior a los estados de emergencia, es decir, cada persona es responsable de su seguridad sanitaria, a pesar de que el colectivo no esté obligado. En consecuencia, seguimos viendo cómo nuevas olas de contagio impactan en la población y, también, a pesar de los riesgos latentes de los incrementos en los contagios, cómo los servicios de salud pública han recortado su cobertura y asistencia para atender a quienes padecen COVID-19.

Por si no fuera suficiente seguir enfrentado crisis sanitarias, en 2022 se sumó una crisis económica con impactos diversos a nivel mundial. Por una parte, una inflación muy alta, que no se experimentaba desde hace varias décadas, la cual ha provocado el endurecimiento de las condiciones financieras en todo el mundo, incluida Centroamérica. Los últimos datos publicados por el Fondo Monetario Internacional (FMI) pronostican que la inflación a nivel mundial pasaría de 4.7% en 2021 a un 8.8% al cierre de 2022, es decir que casi se duplicó en 1 año. Lo peor es que las proyecciones para 2023 mantienen un escenario de 6.5% de inflación, aún superior a la de 2021 y si las condiciones no mejoran, dicho escenario podría empeorar.

Los impactos del incremento generalizado de los precios de los bienes y servicios en los países centroamericanos representan graves riesgos para la población que, dentro de los umbrales de la pobreza, experimenta de la peor forma los efectos del encarecimiento de los alimentos y de otros bienes y servicios que cubren sus necesidades básicas. De hecho, el incremento del riesgo de la inseguridad alimentaria en la región representa actualmente una dura realidad, que no sólo impactó durante 2022, sino que posiblemente sus peores efectos se presenten en los próximos años. Aunado a las condiciones anteriores, se debe incluir el conflicto armado entre Ucrania y Rusia, el cual ha sido la causa de shocks en los mercados internacionales y, también, de la dinámica fiscal y económica internacional, lo que está afectando el apoyo financiero de la cooperación internacional en diversas regiones.

Las proyecciones del FMI para el crecimiento de las economías de Centroamérica para el cierre de 2022 y lo que se espera en 2023 reflejan reducciones que contrastan con 2021, que reflejaban una inmediata recuperación tras la crisis económica provocada por la pandemia del COVID-19. Sin embargo, la situación en 2022 demuestra que la crisis continúa, aunque siendo influenciada por otros factores, los cuales no se tiene certeza que presenten cambios para mejorar las condiciones en un futuro cercano. Para 2023 se espera que la región mantenga en un crecimiento más bajo que en 2022. Sin duda, lo mejor que se puede esperar es un acuerdo de paz entre Ucrania y Rusia, y con ello el cambio de las condiciones que han sido influenciadas por diversas sanciones y medidas que han tomado los países europeos y los Estados Unidos de Norteamérica en contra de Rusia y viceversa, pero que también han afectado al resto del mundo. Es una guerra que va más allá de los misiles y fusiles, la cual se ha convertido también en una guerra económica entre potencias, y que sus efectos están alcanzando a nuestras economías con efectos colaterales, en la que quienes más pierden son las poblaciones vulnerables.

Como ya se observó, 2022 no será recordado como el mejor año del siglo XXI, quizá sólo superado en términos negativos por 2020. Los países centroamericanos deberán sortear enormes retos para afrontar los impactos de una crisis económica que podría exacerbar las dificultades que ya enfrentan los gobiernos y sus finanzas públicas para proveer un mecanismo de estabilización macroeconómico y, aún más, contener los efectos directos en la población. Si bien será necesaria una planificación inmediata y asertiva en términos de aplicar medidas de contención de gastos en algunos casos, o bien, incremento de los aportes al gasto social por otra, será urgente replantear medidas fiscales que permitan mantener e incrementar los ingresos tributarios, y reducir los déficits y el endeudamiento público. El futuro en 2023 puede que sea incierto, pero también podría ser controlable, siempre y cuando la voluntad política, junto con el manejo fiscal acertado y el compromiso de los sectores productivos busquen objetivos en común y protejan lo más preciado que tienen los Estados: su población.

 

Carlos Gossmann // Economista sénior / @CarlosGossmann

Esta columna fue publicada originalmente en El Economista, disponible aquí.