El espectáculo no es suficiente
Cada día la función pública es vilipendiada nada más y nada menos que por las propias personas que la ejercen.
Nuestros funcionarios y funcionarias son títeres de intereses particulares ilegítimos; aunque en su mayoría han sido elegidos popularmente, no tienen ideas propias y se limitan a leer, cuando lo logran, los guiones definidos por personas que ni siquiera han sido electas pero que tienen poder de decisión, aunque esto suponga caer en serias contradicciones e incluso ilegalidades; por si fuera poco, muestran reiteradamente una desconexión con la realidad e ignorancia de la historia nacional. La noble motivación de construir un país mejor queda solo en los discursos, declaraciones o publicaciones en redes sociales, en la realidad nuestro país es gobernado a partir de los delirios de grandeza de nuestros funcionarios y estrategias espectáculo y distracción.
Este año se cumplió el trigésimo aniversario de la firma de los Acuerdos de Paz, un hito en la historia de El Salvador y un ejemplo a nivel internacional de cómo a través del diálogo y la negociación se puede poner fin a los sinsentidos que toda guerra representa y empezar a construir sociedades democráticas, en las que el disenso o la reivindicación de derechos no fuera causa para reprimir, matar o desaparecer a alguien. Es más, los Acuerdos son la razón por la que los propios funcionarios tuvieron la oportunidad de ser electos popularmente y actualmente desempeñar la función pública.
Sin embargo, el espectáculo gubernamental requiere desacreditar el valor histórico de los Acuerdos y distraer con un supuesto interés por las víctimas del conflicto armado, interés que no pasa de la narrativa a la realidad, pues una verdadera disposición de apoyo requeriría una redefinición del rol de las instituciones públicas y de los funcionarios en la garantía del acceso a la verdad y justicia a las víctimas, y eso necesita de voluntad política para desclasificar archivos militares y adoptar garantías de no repetición.
La salud pública también ha sido y sigue siendo instrumentalizada en función del espectáculo, y no hay mayor oportunidad para ello que una pandemia. Desde el inicio lo importante fue ser el país con las medidas de contención más estrictas, sin importar que esto supusiera dejar varados a compatriotas en otros países o crear centros de cuarentena que facilitaron los contagios por falta de condiciones mínimas de salubridad; lo importante fue anunciar la construcción del hospital más grande de América Latina para la atención del covid-19, pero no la implementación de políticas sanitarias, basadas en evidencia científica, que promovieran la educación, la prevención de contagios o la vacunación, entre la población; y, por supuesto, lo clave es que las estadísticas oficiales deben confirmar que El Salvador es el país que mejor ha manejado la pandemia, aunque en la realidad los laboratorios estén desbordados de personas en busca de pruebas, que muchas personas estén enfermas con “gripes fuertes” o que los expertos sanitarios hayan advertido, desde antes del período de fiestas decembrinas, de una nueva ola de contagios.
El manejo de las finanzas públicas también se realiza con base en la distracción, con las demostraciones de grandeza frente a organismos financieros internacionales o calificadoras de riesgo: lo clave es demostrar que tenemos gobernantes que no se dejan de nadie, visionarios con su propio avatar que apuestan en casinos virtuales los recursos públicos. Para el espectáculo no es necesario prestar atención a las implicaciones que las prácticas antidemocráticas tienen en el perfil de riesgo de país, el cierre de ventanas de financiamiento o que nuestra deuda soberana solo le interesa a los fondos buitres, y mucho menos que un potencial incumplimiento de las obligaciones de la deuda pública no puede tratarse con ligereza, porque no solo estaríamos ante una desdolarización forzada, sino también frente a una crisis económica en la que quienes pagarían las consecuencias sería la población salvadoreña.
El espectáculo puede que resulte muy efectivo para los delirios de grandeza y las ansias de poder de los funcionarios, incluso puede permitir mantener resultados electorales por cierto tiempo, pero tarde o temprano las distracciones no servirán para seguir ignorando que el espectáculo no es suficiente para resolver las necesidades y garantizar los derechos de las personas.
Lourdes Molina Escalante // Economista sénior / @lb_esc
Esta columna fue publicada originalmente en El Mundo, disponible aquí.