Reconocimiento del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado
En Guatemala, las mujeres conforman el 51.5% de la población total, situándose mayoritariamente dentro de la población de niñas, adolescentes y jóvenes (entre 0 a 29 años), grupo etario que actualmente representa el 63.0% de la población nacional.
De un total de 7.7 millones de mujeres que registró en XII Censo de Población 2018, unas 3.2 millones se autoidentificaron mayas, es decir el 41.7% de la población total femenina. Dentro de la población guatemalteca se conoce que 22 de cada 100 personas que migran, son mujeres; al menos el 53.4% de la migración a lo interno del país se conforma por el mismo grupo poblacional y tan sólo el 24.3% de los hogares reconocen que la jefatura del hogar es ocupada por una mujer.
Desde un panorama económico, las cifras más recientes de la Encuesta Nacional de Empleo e Ingresos (Enei-2021), muestran que el 48.7% de la población de 15 años o más, en situación de desempleo, son mujeres, así como que el 81.9% de la población económicamente inactiva, también pertenece a este grupo poblacional. Por su parte, solo 30 de cada 100 personas que se encuentra trabajando en un empleo formal y 39 de cada 100 personas que trabajan en la informalidad son mujeres. Estas cifras resaltan condiciones que muestran asimetrías de un sistema económico con desigualdades, que van desde los ingresos, el acceso laboral y lamentablemente, también según el sexo y género de la persona. Para comprender un poco mejor el porqué se dan estas situaciones, es importante analizar la teoría económica, con una visión diferente de la teoría clásica en la cual la estructura social del bienestar está ligada dentro del flujo de la economía nominal y real, en donde empresas, familias, gobierno y agentes internacionales convergen en una participación dentro de los mercados, y de forma casi “natural”, se crea toda una dinámica que beneficia a todas y todos de algún modo.
Más allá de la visión antes descrita, vale la pena reconocer que existe una división sexual del trabajo, que en sistemas económicos como el de Guatemala, feminiza el trabajo doméstico y de cuidados, mientras que dispone del trabajo masculino, como aquel que provee el ingreso monetario para las unidades familiares. Sin embargo, cuando se analizan estos factores de discriminación, comúnmente se consideran como variables exógenas y no económicas. De esta cuenta, una visión sobre la Economía del Cuidado –término que articula teorías feministas en las cuales se explica dentro de una visión distinta a la teoría de mercado, el comportamiento del sistema económico–, se puede comprender la importancia que tiene el uso del tiempo en las actividades no remuneradas y la relevancia de considerar la monetización de estas para su medición, puesto que resultan ser las actividades que proveen el bienestar y la base real, sobre la cual descansa el sistema económico conocido. Una forma más simple de explicar esto sería preguntarse, qué pasaría si no existieran personas que atiendan el trabajo doméstico (limpieza, cocina, mantenimiento del hogar, etc), de trabajo de cuidados (para niñez, adultos mayores o personas con discapacidad), o de trabajo “obligado”, que corresponden al enlace entre el ámbito público y privado de responsabilidad familiar, como lo sería el hecho de acompañar a un hijo o hija al colegio, o pagar las cuentas.
Muchas de estas mal denominadas “actividades domésticas”, son realmente trabajos no remunerados que millones de mujeres han realizado y realizan, sin que el mercado considere que también pueden ser mercantilizadas y su valor agregado, también se reconozca dentro de los aportes al desarrollo de la economía en todos sus ámbitos. En el caso de Guatemala, tal como lo reflejan algunos indicadores socioeconómicos se observa, por ejemplo, que la mayor parte de la población económicamente inactiva, resultan ser las mujeres. Sin embargo, desde los criterios antes descritos, más allá de ser inactiva o estar en situación de desempleo porque no se encuentran dentro del mercado laboral formal, su uso del tiempo se destina a todos estos trabajos domésticos y de cuidado, en donde según la Enei-2022 el 56.8% de las mujeres de 15 años o más, indicó que su motivo por el cual no buscaron empleo remunerado fue por quehaceres del hogar, mientras que un 6.7% fue por responsabilidades familiares y un 3.0% porque no tiene con quien dejar a sus hijos. Estas condiciones, representan parte del trabajo que, al no ser valorizados como tal dentro de la matriz económica, se invisibiliza como una realidad de exclusión y discriminación hacia las mujeres y su uso del tiempo.
En vísperas de conmemorarse el Día Internacional de la Mujer (8M), es urgente y necesario reflexionar sobre lo que realmente ha representado la lucha de miles de mujeres por evidenciar no sólo su discriminación y exclusión dentro de los modelos económicos y sociales, sino además, sobre cada cambio que se logra desde el plano político, que conlleva a un reconocimiento del Estado ante estas disparidades y la elaboración o reorientación de políticas públicas con el presupuesto adecuado, para atender sus derechos. De esta cuenta, quiero comentar que desde el Icefi –en colaboración con la Unión Europea y el programa We Effect– se está publicando el estudio sobre una Propuesta para promover el empoderamiento económico de las mujeres, particularmente las mayas, indígenas y campesinas en Guatemala (2022-2030), el cual es un esfuerzo por explicar 6 propuestas que se orientan a políticas públicas que permitan acciones de atención al cuidado infantil, microcréditos, capacitaciones, empleo masivo, alfabetización y acceso al agua, para que las realidades de miles de mujeres en el país, logren un mínimo de bienestar y se garanticen sus derechos más básicos. Mi invitación en esta ocasión es que puedan revisar esta innovadora propuesta y obtengan el acceso de algunas alternativas que permitan impactos directos en el empoderamiento de las mujeres, en vías de lograr la equidad social que tanto se anhela. 8M: ¡Este día no es de fiesta, es de lucha y de protesta!
Carlos Gossmann // Economista sénior / @CarlosGossmann
Esta columna fue publicada originalmente en El Economista, disponible aquí.